Amina
Guadalupe Reyes, que trillado nombre para una mujer, mas aún una mujer que no es católica.
Me sé su historia, me la han platicado miles de veces, agradezco que eso pase porque así mi memoria no la olvida, desde pequeña guardo muchos recuerdos, quisiera ser más selectiva y borrar algunos y atesorar otros, lástima que eso no se puede o bueno, yo no he podido.
Hermana de ocho personas más, una familia de matriarcas pero con ideales prestados que se arraigaron a ellas y ellos cuál si hubieran sido creados por sus mentes.
El cristianismo profundizó en la familia, les indicó qué hacer y no hacer más de una vez, basaron mucho tiempo de su vida en lo que un pastor ordenaba bajo ser el enviado de Dios.
Amina no, bueno sí, pero más consciente, sabía que no podía dejarle todo a Jesús, que muchas cosas no las curaba el manto santo ni las oraciones y mucho menos los diezmos.
No juzgo porque desde niña entendí cómo funcionaba la religión y cómo se impregnaba en las decisiones de las personas pero eso va después.
Nació en los años 50, hija de padres amorosos, por ser de una familia numerosa no obtuvo más estudios que la preparatoria, trabajó desde joven y así mismo fue madre joven de unos cuatitos, se casó con un medico militar que era mayor por diez años, trabajó en una paraestatal hasta su jubilación. Hasta ese momento su vida es común, tranquila pero no fue así.
Tengo la impresión de que creemos que debemos ser reconocidos por un país entero para sentir que realmente hicimos algo por la humanidad pero tengo ejemplos claros de que una persona tiene un impacto tremendo en los demás cuando defiende sus ideales y a su familia.
A sus treinta años, por decisión propia se empezó a hacer cago de sus sobrinos, hijos de su hermana Socorro quien después del estrés provocado por la incertidumbre económica sufrió una embolia la cual la imposibilitó de seguir trabajando. A la distancia siempre los procuró, la educación, la comida, la compañía, así hasta que se convirtieran en adultos.
Lupita, como más le cagaba que le dijeran, siempre fue una mujer seria, muy fuerte que dio todo por su familia hasta el último de sus días. Por ahí de los 90s con hijos adolescentes, salvó a una de sus hermanas la cual estaba siendo devorada por la esquizofrenia y ansiedad en medio de Nueva York, la regresó a México directo a un psiquiatra y la apoyó hasta el día de hoy, a través de sus hijos. Tenía claro que si alguien siempre estaría para ti es tu familia y tus hermanos, por lo que enseñó a sus gemelos que siempre deberían procurar al otro y lo replicó con ejemplos.
Así podría poner miles de ejemplos, pero yo solo tengo uno tangente, un recuerdo que tengo hasta hoy.
Su hija se convirtió en madre joven también, se casó con un hombre del cual nunca estuvo convencida pero en los 90s aún se tenía la creencia de que es lo mejor cuando te embarazas, el prejuicio social es menor si te casas con el padre de tu hija.
Así es como Lupis, Pitis, Pitina, sobrenombres que le puso su esposo para enmendar los otros como Lupe, se convirtió en abuela de una niña a la cual quiso como suya. Crió desde un inicio como si de ello dependiera su vida, consintió y enseñó el mundo. Los buenos modales, que se mastica con la boca cerrada, que la joyería no debe ser excesiva y que si usas vestido y quieres jugar es mejor llevar algo abajo. Amina, para la nieta que apenas y podía pronunciar los nombres era el ejemplo a seguir, era la guía y el mejor recuerdo de la infancia.
Su casa mi templo, mi lugar seguro y mi casa, ahí pasé los primeros 5 años de mi vida, con ella y mi abuelo Pedro. Tengo más recuerdos de ellos que de mis papás y no es queja, agradezco que sea así.
Hablando de rutinas, había una de todos los sábados, ir con ella a desayunar, convivir con mis tías, muchas mujeres y yo una niña, escucharlas, jugar en el jardín ese que tanto cuidó, a bañarme en la fuente, a otra sesión de fotos que más adelante serían la colección más valiosa de mi vida.
Amina, un día, exactamente el jueves 30 de diciembre de 1999, despertó cansada, agotada por el cáncer imparable que padecía pero agradecida de no estar en un hospital, de no vivir los efectos de la quimioterapia porque así lo había decidido, quería estar en su casa, tranquila, en su espacio que siempre tenía que estar limpio y ordenado. Entré a su cuarto y me recibió con un abrazo, me sentó en sus piernas y me repitió la regla del vestido ese que iba a usar para la cena de Año Nuevo, me besó la frente y me dijo que me quería mucho, salí y me fui a jugar. Minutos después mi mamá alterada me encontró y me dijo que me quedara en el cuarto, que no fuera a ver a mi abuela porque estaba descansando, ella saldría al banco y no tardaría. Obedecer nunca ha sido mi fuerte, soy muy impulsiva así que decidí esperar a mi mamá con mi Amina, crucé el pasillo y entré, recuerdo ver muchas piernas, sí, mi altura no me permitía ver más, los esquivé a todos y llegué al pie de la cama donde ya estaban sus hijos, sus hermanas y su esposo, llorando, ahí entendí qué es la muerte y cómo alguien está y en un momento ya no. Ese día dejó de existir la hermana, la hija, la mamá, la abuela.
Ese capítulo de la infancia como muchos otros es fuerte, es real y el recuerdo es vívido pero las enseñanzas también, mi mamá lo aprendió bien y yo soy creyente de que es la mejor herencia, querer a mi hermano, a mi familia, ser humilde, comer con la boca cerrada y no usar vestidos de fiesta si no voy a una fiesta, limpiar lo que ensucio y ser fuerte, que desde que no está aprendí a serlo sin que me enseñaran cómo.
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