Boca de Pascuales
Recordaba hace unos momentos al mar, en esa hora tan establecida que tiende a revolverse, a "picarse", esa hora empieza por ahí de las cinco de la tarde y se toma su tiempo para ir y venir con fuerza y después se calma.
Una vez en Colima, específicamente en la playa que está en la ramada "Las hamacas del mayor", el restaurante favorito de mi abuelo, cabe mencionar, ahí en el mar me encontré con un pescador, el estaba en lo suyo justamente en la hora en que todo se revuelve, estaba pescando con una red pequeña y me vio ahí parada entre las olas y me dijo en un tono de advertencia:
–Yo ya le pedí permiso para estar aquí, para sacar de él lo que nos vamos a comer. Yo sé nadar en el mar pero es traicionero, parece que se calma y luego te jala.
A lo que contesté:
–Yo no le pedí permiso de estar aquí, ¿apoco sí tiene que hacer uno eso? Mi papá me enseñó a nadar en el mar desde chiquita, pero no me gusta dejar de sentir la arena por eso no me meto tanto.
Me contestó que sí, que uno debe pedir permiso para entrar porque el mar es sabio, sabe que quiere y que no, a esa hora donde se revuelve traiciona, hay que cuidarse, dijo, "no te metas tanto y agradécele que te deje estar aquí en lo revuelto sin que te lleve", se rió y siguió buscando peces. Recuerdo que me quedé unos minutos más, esa playa tiene mar abierto, contemplé la inmensidad y sentí la fuerza del mar, como si fuera alguien, como si hablara, me salí y desde entonces no hay vez que vaya al mar y no pida permiso para entrar, agradecerle su grandeza y la permisión de estar ahí en él. con él.
Lo recordé porque experimenté una sensación de agradecimiento como muy pocas veces, me recordó al mar picado y a la hora en que se calma.
Pasé días "picados", puse a mi mar en bandera roja, nadie debía meterse ahí porque no era buena idea, era peligroso e inestable, difícil y confundido, solo yo lo conocía, solo yo sé nadar ahí, solo yo si pasa algo puedo salvarme o hundirme, mi mar es sabio.
Hago memoria de lo vivido en las últimas semanas, cuánto has cambiado y cómo has crecido, me repito seguido. Mi mar al que nunca le pedí perdón ni permiso, al que no cuidé ni contemplé, al que daba por hecho que aguantaría y lo hizo. Hoy estoy en mi mar, el mar calmado, estoy tranquila en él, le agradezco su inmensidad y su fuerza, cuánto te he necesitado así en paz, sin reproches, sin culpas, cuán ligero te ves, me invitas a entrar, a querer estar ahí en ti y contigo, me invitas a quererte y cuidarte.
Nos merecemos esta certidumbre, esta calma, esto y más.
Entender la grandeza que tienes y compartir la sabiduría de que: todo va, todo viene, cuando debe ser.
Estoy lista para saber qué hacer cuando te revuelvas, ya estuve aquí, sé cómo tratarte, te pido permiso para desde luego solucionarte, invítame, que en lo enrevesado, también querré estar, he estado.
Estoy.
Mi mar soy yo.
Hoy en paz, porque nada me debo.
A nadie.
¡Ay! Cuánta vida en un mar, cuánto mar en una vida.
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